Capítulo 10: La herencia

>> sábado, 11 de abril de 2009

La Herencia

Sofía y los gemelos se pasaron el resto de la mañana buscando todo tipo de información que les diera el más amplio panorama posible sobre el símbolo de Ollin. La vasta biblioteca de los Alcocer resultó de gran utilidad, pero también recurrieron al Internet y por esa misma vía Sofía mandó varias indagaciones adicionales a investigadores conocidos suyos.

Ya era relativamente tarde para las costumbres de la casa cuando sono la campana que siempre convocaba a la familia a comer. Evidentemente la presencia de los gemelos en la mesa estaba prevista como siempre que estaban en casa. Ya había sucedido en mil ocasiones antes y el día de hoy no podía ser una excepción.

Cuando bajaron al comedor, Sofía no solo encontró a su abuela sentada ya en la cabecera de la mesa, sino también a un hombre, a quien rápidamente identifico como el tío Aldo. Atando cabos con la carta de su madre, no le resultó difícil explicarse su presencia. Tal parecía que ese día en especial estaba hecho para que todo su pasado remoto la alcanzara.

“Tío Aldo, que gusto,” lo saludó Sofía, y luego le dio un beso a su abuela. “Supongo que ya conoces a los gemelos.”

“Imposible olvidarlos, tu abuela justamente me platicaba de cuan solidarios se han estado portando contigo en estos días aciagos.”

“Bueno, las cosas han estado difíciles, es cierto. Pero la muerte es una parte natural de la vida y en muchas culturas incluso la celebran. Yo estoy convencida de que mi madre, donde está ahora, está mejor que en este plano. Por lo menos ha dejado de sufrir y de preocuparse por su terrible hijita.”

“¿Y cuéntame, que tan enterada estás de los asuntos que se refieren a tu padre?”

“Hasta ahora sé que se llama Kemal Güney y que ahora es un importante general turco. Me muero de curiosidad de conocerlo. Mi madre me dejó una carta donde menciona que él estaba dispuesto también a conocerme.”

Al primer secretario se le ensombreció el rostro ante la emoción de la muchacha, y tardó unos instantes en volver a tomar la palabra.

“Pues, mucho me temo, querida niña, que eso no va a ser posible. Y vine justamente por eso. Resulta que en una extraña coincidencia del destino tu madre y tu padre, el general Güney, murieron el mismo día, y tal parece que hasta a la misma hora. Hoy en la mañana he recibido una llamada telefónica de su secretario en la que me comunicó la triste noticia.”

Sofía se quedó perpleja. Ya se había soñado en la lejana Turquía recorriendo antiguos palacios llenos de historia de la mano de su padre.

“Supongo que estaban atados por el destino. Es la única forma de explicarlo. Mi madre nunca pudo tener una relación con pareja alguna y al parecer el tampoco.”

“Si, eso es totalmente cierto. Una vez tuve la oportunidad de tener una larga charla con él y el único tema que quiso tocar era saber detalles de ti y de tu madre.”

“Aunque nunca lo conocí hasta ahora lo tendré siempre presente en mis oraciones y meditaciones,” dijo Sofía tan desde el fondo del corazón que sorprendió a todos.

“Pero a la mala noticia también hay que agregarle una buena,” continuó Aldo, “el general amén de que fue heredero de una considerable fortuna, también tuvo la habilidad de incrementarla de forma importante y tu eres su heredera universal.”

“¿Lo que significa…?”

“Que en unos pocos días puedes tener a tu disposición una cantidad bastante importante de bienes y recursos. En Turquía corren rumores de que el general Güney era uno de los hombres más ricos del país. Por lo menos era el militar con mayor fortuna personal y eso en un país con muchas décadas de militares como gobernantes es decir que tenía muchos, muchos recursos.”

Sofía se quedó estupefacta. Una de las preocupaciones que la habían acechado constantemente desde que tomara conciencia de la inminente muerte de su madre era que la responsabilidad económica de la familia, el mantener la casa y a su abuela ahora iba a caer en sus hombros. No es que la abuela estuviera totalmente carente de recursos, pero la magra pensión que recibía desde la muerte del abuelo definitivamente no era suficiente ni si quiera para que ella se mantuviera a si misma. Era dudoso que ambas recibieran algún apoyo económico de algún lado por la muerte de su madre y ahora todo eso se resolvía como por arte de magia.

“Hasta donde yo sé tu padre no tenía parientes lo suficientemente cercanos como para disputarte esa herencia, así que no debería haber ningún problema para que en poco tiempo cuentes con ella. Es muy probable que tengas que viajar a Turquía para firmar algunos papeles y tendrás que buscar a alguien quien administre la parte que corresponde a los múltiples inmuebles, pero en fin, estoy dispuesto a ayudarte en todo lo necesario.”

La más visiblemente conmocionada en la mesa ahora era doña Martha y Sofía se percató de ello.
“Si estás pensando lo que creo que estas pensando, amada abuela, déjame que te diga que mi madre me escribió que perdonó a mi engendrador en el momento mismo en que me tuvo por primera vez en los brazos. Lo mismo hice yo tan pronto me enteré de cómo fui engendrada. Hay que entender que ese tipo de cosas son normales en los sistemas sociales que se rigen por los esquemas de la dominación y, si algo he de hacer en mi vida es tratar de romper con ese tipo de patrones. Así que, ya ves como de un mal nace un gran bien, primero estoy yo, aquí, vivita, coleando y queriéndote con todo mi corazón, luego está esa bendición que ahora llega en forma de dinero. Me tendrás que prometer que tan pronto tenga en mis manos esos recursos harás una enorme maleta y te pasarás una buena temporada en Europa visitando a todas esas señoras con las que te has estado carteando toda la vida. Si le entendí bien al tío Aldo, vamos a tener de sobra para eso y mucho más. Así que quita esa cara y celebra conmigo y con nosotros. La vida me ha quitado mucho, a mi madre y a mi padre para empezar, pero también me ha dado todo lo necesario para poder hacer aquello para lo que fui destinada.”

“Bendito sea ese señor general y que, Dios, no, creo que en Turquía son musulmanes, que Allah lo tenga en su gracia,” dijo la abuela.

En esos momentos Gloria entró con una charola cargada de viandas y sin mediar más conversación los comensales comieron con buen apetito.

continúa con el siguiente capítulo: La Marucha

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